Elogio del clero almeriense
El día de San José se cumple el vigésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal. Aquella tarde festiva, nuestra querida Iglesia de Almería tuvo cuatro nuevos sacerdotes, que perseveran. En contra del conocido tango, veinte años son bastante tiempo. Doy gracias a Dios por tenerme aquí, de cura, por permitirme presenciar/protagonizar desde primera fila sus maravillas: los pobres son evangelizados (Mt 11,5).
Asimismo, dadas las circunstancias, deseo dar públicamente las gracias al Señor por el presbiterio donde ejerzo el sacerdocio, esos hermanos que gastan la vida con Cristo y como Cristo por sembrar la Buena Noticia.
A nuestro presbiterio dediqué la biografía del párroco macaelense Manuel Rubira Sola. Para ese presbiterio pedí un reconocimiento en el Sínodo de 1999, y así quedó recogido. Lo he resaltado en predicaciones de Misas nuevas y bodas de oro sacerdotales. Sin triunfalismo, porque no es un presbiterio perfecto. Se trata de justicia y de verdad. Ser arcipreste ha reforzado mi punto de vista, desde otra óptica, verificando la buena disposición del presbiterio cuando se le valora, anima e implica. Un reconocimiento que vienen manifestando, a nivel universal, el Papa Benedicto XVI y las congregaciones romanas.
El presbiterio almeriense, históricamente, ha conservado la fe del pueblo en épocas muy duras. Mons. Enrique Delgado, que se encontró con un clero disminuido por la persecución religiosa, certificó públicamente el estilo abnegado de los curas almerienses: “deseando que los trabajos de los poquísimos operarios de nuestra viña, a cuyo celo basta la simple apreciación de la necesidad y nuestro paternal ruego para trabajar sin descanso” (1 de marzo de 1944). Más recientemente, en los pasados noventa, el Vicario Francisco Alarcón constataba la misma tónica: “estamos menos que hace cuarenta años y llevamos adelante más cosas”. Mons. Álvarez Gastón nunca dejaba de preguntarnos por nuestra situación; al contarle que nos sentíamos desbordados, intentaba dar tranquilidad con su permanente latiguillo: “Haz lo que puedas”.
En efecto, el de Almería es un clero trabajador, unido por encima de diferencias secundarias, y éticamente sano. Un presbiterio encarnado, que propone la fe y vive para servir. Esta es la razón de la multitud de homenajes públicos (programas de TV, dedicación de calles, fiestas con ocasión del traslado o jubilación…) que nuestros curas han recibido. Es un presbiterio querido por el pueblo, como se ve en ordenaciones, traslados y sepelios… Una Primera Misa es una fiesta de gran impacto. El sepelio de un sacerdote, asimismo, se convierte en un día de luto para las parroquias. Y he asistido a decenas de ellos. En todos, el pesar se palpaba, ya fueran jóvenes o mayores, de una sensibilidad o de otra.
Campeones de la pastoral, misioneros, carismáticos, estudiosos, profesores universitarios, artistas, curas que siguen en la brecha ancianos y enfermos… incluso obispos. De todo eso hay en el presbiterio almeriense. Se promete muy interesante la publicación de Galería de sacerdotes ilustres, del difunto D. Juan López. Esta es la realidad, frente a las habladurías y denuestos. Todo un descubrimiento para quienes viven de prejuicios y tópicos. Con razón, las vocaciones también en nuestra tierra suelen proceder de chicos que han tratado de cerca a algún sacerdote.
En fin, este gozoso aniversario parece una buena ocasión para reiterar lo dicho hace cinco años, en una ocasión solemne: “Provenimos de un presbiterio que se multiplica para atender todos los servicios: no hay que decirle ‘haz algo’, sino más bien ‘haz lo que puedas’. Y estamos acostumbrados a hacer un poder […] En definitiva, no podemos dejar de dedicar un pensamiento de fraterna gratitud y reconocimiento al entero presbiterio diocesano, el venerable y abnegado clero almeriense, al que -como hermano pequeño- nos enorgullece pertenecer” (Toma de Posesión como Canónigo Archivero, 24 de febrero de 2007).
El Prelado actual, Mons. González Montes, ha dicho en alguna ocasión que está muy contento con este presbiterio. No es para menos.
Francisco Escámez