La distancia, la memoria. El olvido

Pero situémonos. Son aproximadamente las tres de la madrugada del 30 de marzo de 1929. Las puertas de Santiago, de par en par, esperan la entrada de la Soledad. La Niña de Linares y el Barranquete la despiden con un ya viejo pique entre saeteros. La procesión comenzaba hacia las once de la noche cuando, tras el trono de San Juan, la Soledad cerraba el cortejo presidido por una comisión del Ayuntamiento bajo mazas y acompañada por la Guardia Civil y un piquete del regimiento de infantería de la Corona. El itinerario, muy parecido al actual, -Tiendas, Pablo Iglesias, Cervantes, Plaza San Indalecio, Eduardo Pérez, Real, Gravina, General Sánchez Ortega, Paseo del Príncipe y Plaza Nicolás Salmerón- se encontraba a rebosar de gente durante todo el trayecto. Por estas fechas Primo de Rivera regentaba el país, sumido en una crisis económica, que los españoles, como casi siempre, disfrutaban con el recién estrenado Bolero de Ravel. En la puerta de Santiago, nuestros abuelos, de traje y con sombrero, muy solemnes, y nuestras abuelas, ataviadas con mantilla, la miran a la cara y le rezan devotamente. Le piden por sus hijos y sus nietos, muchos de los cuales hoy hacen lo propio cada Viernes Santo. Y quizás alguien al otro lado de la puerta de Santiago le pida porque todo este esfuerzo, todos estos proyectos, la fuerza, las ganas y el camino que toma todo esto no se tuerza con el paso de los años y llegue a futuras generaciones en buenas condiciones para continuar con lo labrado. Juzguen ustedes mismos. En este contexto la cofradía evoluciona año a año. Lenta pero con paso firme.
Almería, junto con Huesca y Teruel eran las únicas provincias españolas que en aquella época tenían crecimiento demográfico negativo. Aún así, es de resaltar el número de cuatrocientos hermanos abonados a la Hermandad, tan solo cien menos que en la actualidad. Esto nos demuestra una vez más lo arraigada en el pueblo almeriense que se ha encontrado siempre la Soledad dando fe de la devoción y el viejo auge que se truncó años más tarde invirtiendo la progresión exponencial. Y es que en ocasiones creemos tener la respuesta a muchas preguntas en nosotros mismos, sin saber que hay una llave maestra en la Historia, en la memoria, en el recuerdo de muchos que ya abrieron esa vieja puerta sucia y empolvada por el paso de los años. Por el paso de siglos de errores, de vueltas atrás, de perderse en el camino y no encontrar la luz entre la niebla. Por eso sólo nos queda investigar entre los recuerdos de nuestros abuelos. Entre esas pequeñas historias que, examinadas con la conveniente dosis de escepticismo, enriquecen nuestro pasado y engrandecen nuestro presente.
Por eso, para terminar, lean en el artículo un poco más arriba: “El entonces Cura Párroco de la Iglesia de Santiago, recabó mi ayuda, y animado de una acendrada fe busqué la colaboración de otros señores que eran devotos de la Virgen, y con más entusiasmo que dinero, conseguimos salvar el apurado trance, consiguiendo que saliera la divina imagen con algún explendor”. Estoy seguro de que a muchos esto les suena demasiado cercano como para ser de 1929. Debemos ser conscientes de que la única manera de que este esfuerzo, como tantos otros muchos, haya merecido la pena sólo depende de nosotros mismos. De nuestro trabajo y nuestro saber hacer. En nuestras manos se encuentra el testigo, sobre nuestro tejado está la pelota. Nos toca mover ficha y demostrar que la Historia de esta Hermandad (la suma de las pequeñas historias de cada generación de cofrades) pesa demasiado como para ignorarla o ningunearla. Y que es demasiado gloriosa como para olvidarla.
Álvaro Blanes Pérez
Hermano de la Soledad